miércoles, 27 de mayo de 2009

Determinación (¡!)

Poco puedo decir de mi futuro académico tras la cancelación de la Tecnicatura en Corrección de Estilo. Lo cierto es que en el hoy todos mis planes, el entusiasmo y la euforia se habían desvanecido, siendo sustituídos por una sensación de incredulidad e impermeabilidad bastante vacías.
Por el otro lado, la antropología vuelve a su terreno inicial; de interés, de santisfacción, de curiosidad.
¿Hasta dónde es cierto todo esto? Puedo descreer de mi entusiasmo, los pocos años de experiencia que tengo así lo dicen. Pero no tengo ninguna esperanza de cambiar. Cuando estoy bien me siento bien, digamos que es un doble juego: el mental y el real. Cuando el mental está bien, el real está bien. Lo otro no siempre es cierto.
No es bueno esto. Tal vez Mari, siempre con las palabras justas y las máximas pragmáticas que necesito y tanto me complementan, tenga razón con el consejo de que pare de darme con un látigo. No sé cuánto tengo de masoquista, pero sí sé lo que tengo de analítico.
Este signo "¿?" me cansa. Quiero sustituirlo por este "¡!", que indica avance, hacia delante. Determinación, necesito eso. Mañana empiezo con el orden.

lunes, 18 de mayo de 2009

Hacia adentro

Desde ayer que la idea de re-abrir, abrir o continuar un diario (ya no blog) se me impone firmemente. Por ello la decisión de hacer esto que hago ahora. LeemeConOjos ya no es más eso que era y fue tantas veces y en tantas formas. Conservo el espacio en internet por razones más bien afectivas, las mismas que me han ligado todo este tiempo al dominio sin hacerle caso a los impulsos de clausurarlo de forma definitiva.
Los ánimos, bien lo sé, vienen siendo titubeantes y bastante negruzcos últimamente, hace ya de esto dos meses. Harto estoy de ello, y aunque en los últimos días me he recompuesto de forma considerable, sé que mi mente bastarda de raíz es proclive a descender nuevamente a los infiernos y al desgano, a la languidez.
Y ayer, en medio de la lectura de mi diario de viaje del año pasado, decidí que una buena opción para recomponerme y dejar una crónica de mis malestares sería llevar un nuevo diario. Este es, y espero que continúe siéndolo.
En cuanto al hoy, pocos redescubrimientos. Una simple desazón e inercia habituales, condimentadas por un vaso de whisky que tal vez me sirva en un rato, y ahora algo de distracción y desvíos de la preparación de este interesante, complejo y nunca abarcable parcial de Literatura Uruguaya que rindo el jueves.
Salud a mí, y a nadie más que vaya a leer esto. A nadie.

viernes, 2 de enero de 2009

Impasse

Rodeé tu mejilla con una caricia que mezclaba algo así como delicadeza y ternura. Mi barba se enredó en tu aroma a lavanda sin terminar de tocarlo, y me acerqué a tu oreja pronunciando un soplido que sólo vos sabés entender. Brillaste en el instante con el mismo fulgor de todas las despedidas, y las comisuras de tus labios me guiñaron con el ritmo de siempre. Yo me conmovía en el impasse del que te hablé muchas veces, ese en el que el mundo comienza en las comisuras de tus labios y termina en tu olor a lavanda, minimizándolo todo y recordándome que vivimos para perpetuar momentos.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Hábito álgido

Un repiqueteo y un aullido machacaban cada pensamiento. El hábito era parte suya. La memoria reproducía los aullidos alienantes, ácidos. Chillidos perforadores acostumbrados a repetirse en cada noche álgida de julio, y el resplandor del recuerdo los hacía resaltar más aún. Toda la memoria se había habituado a repetirse en las noches heladas volviendo más importante el recuerdo que lo real, como si la experiencia nunca hubiera existido y se hubiera subordinado eternamente a la memoria, al hábito. Era noche glacial y el recuerdo repiqueteaba en el cráneo, recorriendo todos los huecos libres y llenándolos de imágenes irreales, que tal vez hubieran existido alguna vez en alguna realidad inmaterial, pero que ahora destacaban en forma de memorias perturbadoras. Es que lo no vivido adquiere mucho más significado que lo vivido si el canal de transmisión es la presencia en la mente; el tiempo ayuda a ello, y algunos recuerdos, tales como en los que intervienen los sentidos (y este lo era en gran manera, porque el olor podrido, las manos enfriándose a la vez que los pies, tiñéndose de un rojo que cegaba la vista, y sobre todo, por sobre todas las demás manifestaciones del momento, un aullido penetrante de dolor que se abría paso no sólo por el oído, sino que por la carne que rodea al órgano, definían la esencia de lo recordado), recobran una vigencia descomunal ante una mínima evocación si el lapso de tiempo que los separa del presente es considerable. Ni hablar si el tiempo —como ocurría en este caso— se remonta a más de diez años; la vigencia del recuerdo es tremenda.
El repiqueteo continuaba, y esta vez ya se sentía en todas partes. Podía preverse la repetición condicionada por el hábito. Era la costumbre ya, y ahora se veía en las venas henchidas de fulgor, centelleando rabiosas deseando estallar. Las venosas manos se tornaban ya grises. Las manos tiesas; las manos asesinas.

martes, 25 de noviembre de 2008

El cúmulo

Hacia dentro. El cúmulo esencial está ahí siempre. Adentro, sólo, esperando las manos solas que lo rescaten.
A veces pienso que mi cúmulo está en pedazos desligados del antes, con Tom Jobim, en la playa, fumando marihuana, leyendo a Herman Hesse, madrugando con hojas de estudio, saliendo de humanidades con frío y deseando encontrar la tranquilidad del hogar... Pero siempre termina todo desarmándose, cayendo por su propio peso, entreverándose con la realidad con movimientos torpes y tratando de reencontrarse con la realidad pasada, perdida siempre en el antes.
Pero si uno es capaz de encontrar el cúmulo de cosas esenciales, se ve que todos esos pedacitos no significan nada. Lo único importante es el cúmulo. Y a él sólo puede accederse con manos vacías, desnudo de ropas y con ojos cerrados. Desligado. Ese es el cúmulo: uno.
Felices vacaciones, amiga. Aprovechalas.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Espadas japonesas

Tincho dice:
no sabías que los hombres japoneses tienen espadas minúsculas?

Fede dice:
ah, yo pensaba que eran más bien de espadas escuetas

Tincho dice:
o espadas ridiculamente abstactas

Tincho dice:
porque la vanidad es una mala dieta ...mmmm

Fede dice:
sí, espadas onomatopéyicas, sin dudas

Tincho dice:
para mí son abyectadas por sus cuerpos

Fede dice:
Eso es peligroso, prefiero decir que conforman funciones biyectivas

Tincho dice:
o más bien yuxtapuestas en sus diminutos alvéolos

Fede dice:
el retículo endoplasmático de las mismas posee características singularmente perentorias, eso no me lo podés discutir

Tincho dice:
no, para nada... pero vos no me podés negar a mí que sus córneas han sido trasmutadas hacia límites impensados previamente a causa de estas transfiguraciones endócrinas

Fede dice:
Desde luego que sí! Jamás me atrevería a discutir una proposición lógica semejante!!! mis digresiones no iban por ese camino

Tincho dice:
lo se. lo sé... solo quería tu confirmación latente y residual

Fede dice:
You've got it, Mickey

jueves, 20 de noviembre de 2008

Sin punto (perder el hilo)

Creo que quise que creo que quiero y soplaba en la madrugada fina y cortante del miércoles pasado. Abría los ojos y sentía el frío temblándome en los cabellos vibrantes, puro resplandecer de amaneceres a medias y nubes tiradas en el piso; bambolear frente a ellas, mirarlas con caras de mudos y cantarles canciones de bebé triste; y ver las margaritas multiplicándose como larvas sucias reptantes entre los terrones de tierra y pasto del suelo, y la voz de Diane Denoir pudriéndome despacito y perder el hilo

martes, 18 de noviembre de 2008

Futurismo anticipado

Hace días vengo prendiéndome fuego y desmenuzándome de forma imprecisa. Hay una senda sinuosa y ambivalente que parece ser la de lo real, pero como las certidumbres me quedan incómodas, prefiero cortar las cadenas.
Creer, es esa la consigna, o algo así. Creer en que hay más pasos, en que los caminos pueden diversificarse. Tener el coraje de prenderme fuego con la certidumbre, apuñalar bien fuerte a ese humo con las sienes desbordantes de presión y de adrenalina y esfumarme junto a la racionalidad, perdiéndome entre mis labios y el beso que no llegan a dar. Es el beso de la vida que nace tras la incongruencia. El quid de la cuestión es dónde dejar ese beso, a quién dárselo, o a qué más bien; entonces ahí disparar fugazmente resoplidos furtivos y sin dirección, para que lo aleatorio entre en escena y la danza empiece.
Creer en eso, o al menos en que pasan cosas.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Piel de lagarto

Supe lo gris mirando el fondo del vaso. Disolviendo mis ojos en el hielo desteñido, un charco difuso de sentimientos a medias e imágenes mal reflejadas, encontré los pocos trozos que me faltaban para completar el rompecabezas de la dejadez.

A veces me estoy ahogando y no consigo desprender mis pulmones atados entre sí, con miedo al advenimiento tras la autonomía. Es difícil dejarlo todo, ser uno mismo, animal; conseguir que las venas se hinchen rabiosas y trepidar la sangre hasta el cerebro, dejar de imaginar y reventar en un ataque de impulsividad extrema; ¡gritarlo todo! ¡consumir las últimas cenizas!… Encontrar de repente el valle del viento, la tranquilidad, el gozo y el dejarse llevar. Allí columpiarse entre los espacios vacíos, donde todavía no depositamos expectativas y tomar de la mano todo lo que no nos toca.
Pero el tormento está siempre antes de la puerta, esperando a llevárselo todo con su soplido mortal. Yo me voy en él, siempre y ahora, ahogando mi pesadumbre entre los pulmones flacos y temerosos. Soy débil, ensimismado sobre mis pies o bien pensándome libre; soy cobarde y flojo, inconstante. Tomaría mi daga y tocaría su mango áspero de piel de lagarto, seco y frío por el paso del tiempo y por la quietud. Es ya un cuero sin vida, casi un metal adjuntado al metal de veras, el que convierte todo lo que lo mire en un brillo perfecto. Juntaría el poco valor que guardé por si acaso hace años, cuando me convertí en calculador, y aferraría más fuerte mis dedos, apretando el cuero de lagarto muerto que saca la lengua mientras me mira con su ojo de daga, una línea penetrante que se clava en el medio de mi rostro, de mi vida, del alma vana que en este momento me recorre paseando por entre mis recuerdos de piel muerta de lagarto. Y el brillo pasaría a ser más frío de lo que es a medida que traspasa mi piel y mis órganos. No grito, me remito a sentir el ardor frío y desprolijo que trepa por todo mi cuerpo desde mi estómago. Cerraría los ojos y me dejaría llevar. Allí sí, libre y perpetuo, por donde la casualidad me lo permitiera, y el lagarto cobraría vida y se metería bien dentro de mí, llevándose consigo todo lo que es y sus cueros y sus escamas que estaban muertas pero que ahora me recorren convirtiéndose en mí mismo, adoptando mi rostro, convirtiendo mis pupilas en dos líneas de muerte que son, en definitiva, toda mi vida.

jueves, 30 de octubre de 2008

...

Fede dice (4:10):
te quiero
Mari dice (4:10):
te quiero